El partido nacionalsocialista obrero alemán de Hitler no quería otra cosa que una organización social centralizada, es decir, socialista. El fascismo fue una deriva radical interna del paradigma formal socialista, o sea, otra variación extrema del socialismo, al igual que lo fue, y sigue siéndolo, el comunismo.
Adolf Hitler era genuinamente socialista con el matiz de que, además de pretender la hegemonía de su particular socialismo, su secta ideológica era radicalmente distinta a las demás sectas socialistas. Ese es el motivo por el cual las combatía a muerte puesto que estaba más preocupado en la competencia de las otras sectas socialistas que en la amenaza que podría representar el capitalismo encarnado por los banqueros judíos o por países como EE.UU.
Adolf Hitler no temía al capitalismo, aunque lo odiaba como todo socialista. Incluso se aprovechó de él en cierta forma, al igual que lo hace actualmente la China comunista. Adolf Hitler conocía las bondades de la economía de mercado y sabía que una nacionalización y colectivización a lo bruto hubiera hundido más a la Alemania prebélica, en consecuencia nunca hubiera tenido ese poderío militar para extender su particular socialismo por Europa.
Recordemos el siguiente texto:
"Somos enemigos del sistema económico capitalista actual porque explota al que es débil desde el punto de vista económico, con sus salarios desiguales, con su evaluación indecente de un ser humano según tenga riqueza o no la tenga, en vez de evaluar la responsabilidad y la actuación de la persona, y estamos decididos a destruir este sistema capitalista en todos sus aspectos".
Mein Kampf, Adolf Hitler, mayo de 1927
Como ya comenté cuando analizamos la película Katyn, el nacionalsocialismo y el comunismo aparecieron en la segunda parte del siglo XIX en plena época de estúpido romanticismo tan lleno de sentimentalismo y tan vacío de cerebro. Ambos, variantes del socialismo. A veces han sido íntimos amigos, alternando, como en tantas parejas de novios, tiempos de amor con otros de odio. Socialismo de izquierdas o de derechas es la misma mierda con diferentes matices. Todos se basan en una ideología mesiánica, totalitaria, liberticida y que disfruta quitando de en medio a los que osen discrepar. Siempre el socialismo, sea del color que sea, va acompañado de muerte, miseria y sumisión a un Estado fuerte controlado por unos pocos.
No hay duda que el fascismo y el bolchevismo son las dos caras de ese monstruo de dos cabezas llamado Jano y que representa uno de los peores instintos humanos: el de devorarse a sí mismo después de aniquilar a los demás.
Las únicas alternativas son ser Liberal o ser socialista, es decir, amar la Libertad y entender que el individuo es el único dueño de sí mismo, o ser un estatista que pierde el culo por todo aquello que huele a colectividad.
Debéis comprender que todo lo que no sea libertad y respeto a la vida es hediondo socialismo. A partir de este punto, nos será más fácil detectar y no ser embaucado por esa ideología sanguinaria y creadora de miseria.
En la película que hoy analizamos podemos comprobar la gran crueldad de la otra cabeza del monstruo Jano. Y lo vamos a hacer de la mano de Wladyslaw Szpilman, un brillante pianista polaco y judío que, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial se libra de ser deportado a un campo de exterminio, tras la invasión de Polonia por las tropas nacionalsocialistas de Hitler.
Es una atroz historia de sufrimiento, humillación, angustia, desesperación y ansias por sobrevivir. Es una historia en la que, para el protagonista, seguir viviendo es un reto diario, casi imposible de alcanzar.