Aún me cuesta entender cómo es posible que, en pleno siglo XXI, algunos no comprendan que la economía de mercado es tan necesaria y natural como la institución familiar, el lenguaje o la ética.
Los ilusos indignados del “Movimiento 15M” o “Democracia Real Ya” ignoran o quieren ignorar que la eliminación de la economía de mercado nos lleva a la miseria y a la conflictividad social.
La economía de mercado o capitalismo democrático es inherente a la naturaleza humana. Es algo natural no inventado ni plasmado en panfletos. La economía de mercado o capitalismo democrático es todo lo contrario al dogmático socialismo.
Hace millones de años que un homínido fabricó uno de los primeros bienes capitales. Fue una lanza para cazar animales. Esa lanza facilitó la obtención de alimentos. Reflexionemos sobre ese momento durante unos segundos.
La economía de mercado se remonta a tiempos prehistóricos cuando nuestros antepasados empezaron a construir utensilios y herramientas; así como a curtir pieles, a recolectar frutos o a cazar animales que utilizaban para su consumo o para intercambiar el sobrante. Todo ello encuadrado en un incipiente sistema de cooperación, espíritu empresarial y división del trabajo.
Debo aclarar que el espíritu empresarial es una capacidad innata del ser humano. Una poderosa facultad humana para discurrir o inventar con prontitud y facilidad. No hablo de esa imagen de empresario que saca adelante un negocio. Me refiero a esa genuina capacidad que poseen los seres humanos para hallar oportunidades, inventar cosas o apreciar bienes que les reporten beneficios o que puedan intercambiar con sus semejantes. Esto explica el surgimiento de la sociedad como una red compleja de interacciones. Son relaciones de intercambio entre los seres humanos impulsadas por el espíritu empresarial y que se desarrollan porque existe un beneficio mutuo. Etimológicamente, la palabra empresario evoca al descubridor, a quien se da cuenta de algo y lo aprehende.
Más que homo-sapiens somos homo-empresario Todos los hombres y mujeres tenemos una connatural habilidad para crear que nos distingue de otros animales.
El progreso de la humanidad no viene dado por la creación de Estados todopoderosos que minimizan la Libertad de los ciudadanos sino porque los individuos, sin necesidad de esos Estados intervencionistas, descubren nuevas herramientas, nuevas utilidades, nuevos objetivos, nuevos recursos, nuevas oportunidades de negocio y nuevas tecnologías que les hacen prosperar.
Ese incipiente intercambio o trueque primario al que hacia referencia, base de las relaciones comerciales voluntarias, se pudo desarrollar exponencialmente en el tiempo gracias al respeto a la propiedad privada y al aumento de la productividad del esfuerzo humano, a través de la aplicación del factor trabajo y su especialización en los recursos naturales.
Lo que caracteriza a algo tan natural como la economía de mercado es la propensión a la acumulación de capital y al incremento de la productividad; los beneficios recíprocos del trueque así como la cooperación voluntaria y pacífica. Cuanto más capital se acumula, mayor será la productividad y los salarios reales de los trabajadores. Por acumulación de capital no debe entenderse acumular monedas de oro en un arca, tal como imaginan obsesionadamente los lobotomizados y mediocres marxistas. La acumulación de capital es otra cosa que ya he explicado en bastantes ocasiones en mi blog.
Cuando existe libertad y un Estado de Derecho, los ciudadanos pueden acumular capital y obtener rentas si trabajan eficientemente para los demás. Es obvio, que también se pueden obtener rentas robando a otros, actuación que debe ser siempre perseguida y condenada por la justicia; y en esto no cabe discusión posible que excuse o legitime el acto de robar ya sea a punta de navaja o a través de la Agencia Tributaria. Sin embargo, cuando es el Estado quien roba a unos para dárselo a otros, ya sea ejerciendo engañosas políticas populistas, ya sea cometiendo cohecho o prevaricando; es difícil que puedan ser condenados los que gestionan ese Estado, sobre todo en países socialistas, puesto que no suele existir la deseada separación de poderes a la que hacía alusión Montesquieu. Por eso es tan necesario un poder judicial independiente y eficaz.
En una sociedad libre es normal que exista desigualdad ya que no todos los ciudadanos tienen la misma pasión y eficiencia para servir a sus conciudadanos. ¡Ya sé que a los liberticidas indignados no les entusiasma demasiado esta desigualdad!, quizás porque ellos carecen de esa pasión, esfuerzo, eficacia y capacidad de trabajo para generar bienes y servicios para la sociedad.
La economía de mercado reparte la riqueza legítimamente, sin embargo la ingeniería social socialista estima que se deben corregir de forma coactiva las desigualdades sociales que son el producto de un sistema natural de creación, cooperación e intercambio entre seres humanos. Así, con el socialismo los que más produzcan deben trabajar para los improductivos.
Las leyes de base socialista suelen inventar falsos derechos y coactivas redistribuciones de la riqueza para igualar a todos de forma artificial sin importar si se destruye la actividad económica natural que existe en la economía de mercado y que constituye, a las pruebas me remito, la herramienta más eficaz para dar de comer y sacar de la miseria al mayor número de seres humanos.
Todos sabemos que existe un derecho de carácter ético que es el derecho a la propiedad; sin embargo el socialismo aboga por el pillaje institucionalizado recurriendo a formas de robar la riqueza, a ser posible, sin que las víctimas del hurto se enteren para que no dejen de producir riqueza.
Aquí entra en juego las proclamas estatistas y redistributivas de esos indignados que berrean “Democracia Real Ya”. Es decir, la puesta en práctica de una ingeniería fiscal confiscatoria que financiarán los despóticos sueños pueriles de aquellos que son incapaces de ser responsables de sus vidas delegando tal menester en “Papá Estado”.
ENTRADAS RELACIONADAS:
No hay comentarios:
Publicar un comentario