Cuando Montesquieu diseñó la separación de los tres poderes del Estado, estaba incidiendo en el mayor peligro que podría tener una sociedad democrática: la concentración del poder. Sin lugar a dudas, sin esta división de poderes no es posible sistema democrático alguno. Con dicha división, la tiranía de las monarquías absolutas o de los regimenes totalitarios no tienen cabida. Hoy, sin embargo, la separación de poderes entre el legislativo, judicial y ejecutivo no basta para garantizar el equilibrio entre poderes y su consiguiente garantía de los derechos del ciudadano. Una fuerza emergente, el poder mediático omnipresente en la vida diaria del ciudadano, puede socavar el espíritu democrático hasta reducirlo al mínimo.
Debemos reflexionar sobre la repercusión de los medios de comunicación en la conquista, ejercicio, control y conservación del poder. Hoy nadie se puede proponer llegar al Parlamento o ganar unas elecciones sin el apoyo de los medios de comunicación. Más allá de la bondad o maldad del mensaje, sólo existe lo que está representado en el espejo mediático.
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