A una gran masa de la población, cautiva por su ideología, le cuesta aceptar que los costes del despido y los obstáculos legales existentes para llevarlo a cabo disuaden a los empresarios para contratar a otros trabajadores. Son trabas que se ponen al normal funcionamiento del mercado laboral por parte de sindicatos y de políticos populistas de todo color y pelaje.
Tampoco entienden que sólo deben ser las acciones de los consumidores las que repercutan en el mercado laboral; dicho de otro modo, cuando las necesidades de los consumidores cambien con relación a un producto, ese cambio repercutirá sobre la masa de trabajadores que elaboran ese producto.
Sin embargo, podemos encontrarnos con dos argumentaciones antagónicas en función de la capacidad de reflexión o sometimiento ideológico de los individuos:
a) La empresa despide a un operario muy necesario para su buen funcionamiento porque el empresario, que es malo por naturaleza, está obsesionado con despedir a obreros y siempre quiere fastidiar la vida a todo aquel que dice ser trabajador y, de paso, a las suegras de éstos, que los van a tener que mantener a la sopa boba.
b) El puesto de trabajo deja es prescindible porque sus frutos ya no dan satisfacción a los consumidores.
En el primer caso, el empresario sería castigado por el propio mercado, por lo que no se necesitan sanciones complementarias impuestas por el Estado. O sea, que si un empresario despide a su mejor trabajador está dejando de obtener un beneficio por prescindir caprichosamente de la mayor productividad que le reporta dicho trabajador. Es más, otros empresarios de la competencia estarán deseosos de contratar al trabajador despedido para favorecer su producción y ganar más dinero, compitiendo así de forma ventajosa con el empresario caprichoso y malvado cuyo destino será su expulsión del mercado.
Es fácil de comprender siempre que entendamos que un puesto de trabajo es rentable siempre que satisfaga a los consumidores o que un empleador caprichoso que despide a los operarios más productivos, víctima de sus fobias personales, no está sirviendo a los clientes y, por tanto, lo notará en su cuenta de resultados.
Está demostrado que la economía libre de mercado o capitalismo enriquece a los trabajadores en contra de las contraproducentes políticas laborales socialistas aplicadas en nuestro país tanto por gobiernos del PSOE como por gobiernos del PP porque, a corto plazo, el salario mínimo y los costes del despido suponen un incremento del paro; pero si esas políticas se prolongan en el tiempo, el desempleo también lo hará y se convertirá en endémico.
Por lo que respecta al largo plazo, las políticas socialistas o intervencionistas también conllevan una disminución de la inversión empresarial o capitalización, que se traduce en un aumento de la demanda laboral y en unos salarios más bajos.
Por tanto, la política laboral socialista produce dos pesadillas para todo trabajador: más paro y salarios más reducidos para el que tenga la suerte de ser contratado.
En este sentido, resulta paradójico y estúpido que una ideología tan antiobrera se la identifique con la “clase obrera”.
A pesar de todo, por muy dañinas que sean las políticas populistas laborales
seguirán aplicándose por gobiernos parásitos porque, a efectos electorales, el cortoplacismo es lo que garantiza el poder y la poltrona.
Tampoco entienden que sólo deben ser las acciones de los consumidores las que repercutan en el mercado laboral; dicho de otro modo, cuando las necesidades de los consumidores cambien con relación a un producto, ese cambio repercutirá sobre la masa de trabajadores que elaboran ese producto.
Sin embargo, podemos encontrarnos con dos argumentaciones antagónicas en función de la capacidad de reflexión o sometimiento ideológico de los individuos:
a) La empresa despide a un operario muy necesario para su buen funcionamiento porque el empresario, que es malo por naturaleza, está obsesionado con despedir a obreros y siempre quiere fastidiar la vida a todo aquel que dice ser trabajador y, de paso, a las suegras de éstos, que los van a tener que mantener a la sopa boba.
b) El puesto de trabajo deja es prescindible porque sus frutos ya no dan satisfacción a los consumidores.
En el primer caso, el empresario sería castigado por el propio mercado, por lo que no se necesitan sanciones complementarias impuestas por el Estado. O sea, que si un empresario despide a su mejor trabajador está dejando de obtener un beneficio por prescindir caprichosamente de la mayor productividad que le reporta dicho trabajador. Es más, otros empresarios de la competencia estarán deseosos de contratar al trabajador despedido para favorecer su producción y ganar más dinero, compitiendo así de forma ventajosa con el empresario caprichoso y malvado cuyo destino será su expulsión del mercado.
Es fácil de comprender siempre que entendamos que un puesto de trabajo es rentable siempre que satisfaga a los consumidores o que un empleador caprichoso que despide a los operarios más productivos, víctima de sus fobias personales, no está sirviendo a los clientes y, por tanto, lo notará en su cuenta de resultados.
Está demostrado que la economía libre de mercado o capitalismo enriquece a los trabajadores en contra de las contraproducentes políticas laborales socialistas aplicadas en nuestro país tanto por gobiernos del PSOE como por gobiernos del PP porque, a corto plazo, el salario mínimo y los costes del despido suponen un incremento del paro; pero si esas políticas se prolongan en el tiempo, el desempleo también lo hará y se convertirá en endémico.
Por lo que respecta al largo plazo, las políticas socialistas o intervencionistas también conllevan una disminución de la inversión empresarial o capitalización, que se traduce en un aumento de la demanda laboral y en unos salarios más bajos.
Por tanto, la política laboral socialista produce dos pesadillas para todo trabajador: más paro y salarios más reducidos para el que tenga la suerte de ser contratado.
En este sentido, resulta paradójico y estúpido que una ideología tan antiobrera se la identifique con la “clase obrera”.
A pesar de todo, por muy dañinas que sean las políticas populistas laborales
seguirán aplicándose por gobiernos parásitos porque, a efectos electorales, el cortoplacismo es lo que garantiza el poder y la poltrona.
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