Es un hecho que sin libertad no existen hombres sino vasallos, y los vasallos no tienen patria, tienen amo.
Aquellos liberales de 1808 se percataron de esto y de que la rebelión popular, en la que muchos españoles dieron su vida por la Patria, tuvo como fundamento el anhelo de Libertad e independencia.
Es posible que, Incluso en aquella época, la gente del pueblo llegara a comprender que sin Libertad no había patria, y entiéndase por patriotismo lo que bien dice mi amigo Mario:
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
Fueron aquellos liberales los primeros en entender que la revuelta popular sería la simiente que podría transformar el antiguo régimen, haciendo posible el concepto de Nación como sujeto de la soberanía popular, es decir, una nación de ciudadanos y no de siervos.
Aquellos liberales de 1808 estaban convencidos de que la tiranía era la causa de la degeneración y la miseria social. Por ello la regeneración de la patria pasaba por la reivindicación de la Libertad, que fue plasmada en una Constitución Liberal, la de 1812, “La Pepa”; como así la llamaba el pueblo castizo. En eso consistía el patriotismo liberal que consolidaron aquel puñado de hombres adelantados a su tiempo, en la batalla por transformar la feudal nación española en otra moderna de ciudadanos libres e iguales, porque ¿Qué era España en aquel año? Un reino, o sea, el patrimonio de la familia real. De ahí que aquella Constitución de Cádiz determinara que: "La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona".
Fueron aquellos liberales, con entusiasmo heroico, los que impulsaron la Constitución de 1812. Ley de leyes que limitaba al Estado, que otorgaba la soberanía al pueblo, que reconocía los derechos fundamentales de los ciudadanos y que separaba los tres poderes de los que habló tanto Monsieur Montesquieu. El texto liberal de Cádiz fue un golpe para las mentes ancladas en el pasado feudal, tanto españolas como europeas, no por su espíritu revolucionario, sino por su capacidad de movilización y aspiraciones.
Lamentablemente muchos de los propósitos de aquellos liberales siguen vigentes en las mentes de los verdaderos liberales del siglo XXI, porque seguimos reivindicando la deseada separación de poderes, una nación de ciudadanos libres e iguales, es decir, sin discriminaciones positivas o negativas, sin discriminaciones de partido, de raza, idioma, sexo o religión.
No debemos olvidar que la conquista de la Libertad en la Constitución de 1812 supuso un éxito fugaz, porque pronto fue socavado por el despotismo real del indeseable y perverso monarca Fernando VII, ¡Borbón por supuesto!, en el que confiaron aquellos ingenuos liberales antes de perecer en el paredón o pudrirse en la cárcel.
Quizás, en aquellos años el pueblo español estaba aún contagiado del cáncer del antiguo régimen y aquellos liberales no hicieron otra cosa que adelantarse a su tiempo. Fue un primer paso por la lucha de la Libertad; no definitivo, pero sí irreversible, al que se opusieron implacablemente los liberticidas de la época.
Es obvio, que ser liberal en España siempre ha sido una tragedia y una fuente inagotable de desengaños puesto que, en todo momento, los liberales hemos combatido en dos frentes a la vez; por un lado contra los liberticidas de izquierdas o pseudoprogresistas relativistas; y por otro, contra los liberticidas de derechas o caciques mercantilistas.
Cuando aquellos cándidos liberales proclamaron la Constitución de Cádiz pensaron que en el futuro todo iba a resultar fácil y que su penosa patria, hasta entonces, dejaría de serlo e iluminaría el Universo. Se equivocaron, entre otras cosas, por no valorar adecuadamente a esos dos enemigo de la Libertad.
En los siguientes años España se iluminó, claro que sí, pero a causa de los fogonazos de los fusiles en pronunciamientos cuarteleros, en los conflictos bélicos de ultramar y en los fusilamientos sumarios al amanecer. Los años posteriores fueron tiempos de maquinaciones, de perjurios, de deslealtades, de la vuelta al absolutismo clásico protagonizado por el Borbón Fernando VII, el felón.
Sin embargo, a pesar de no dudar personalmente que la sociedad española, en cuanto a su mentalidad, no en calidad de vida, aún sigue anclada en el rancio pasado del “¡vivan las “caenas”!; Los liberales asilvestrados como yo debemos continuar con esa gallardía bizarra que empujó a aquellos héroes anónimos de 1808 en la búsqueda de la Libertad. Esa Libertad que tantas zancadillas ha recibido de los liberticidas, de todo signo y color, durante los últimos siglos que conforman la historia contemporánea de nuestra patria, España. Porque sin Libertad no hay patria.
DE LA RESTAURACIÓN A LA GUERRA CIVIL
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